Los caseríos vascos son pequeños y débiles al contar con una escasa dimensión territorial, por ello, el mantenimiento integro del caserío ha sido y es una de las fijaciones que los diferentes responsables agrarios y políticos han tenido para asegurar la pervivencia del mismo.
La principal preocupación surge en el momento de planificar la sucesión y transmisión del caserío por lo que la tradición del mayorazgo era la solución adoptada por las familias rurales al designar un sólo heredero (mayoritariamente el mayor de los hijos varones) en el momento del matrimonio al que se la transmitía, la casa y las tierras.
Mediante un pacto que se redactaba por escrito el hijo y su nueva esposa se convertían así en propietarios, pero a cambio se comprometían a seguir tratando con respeto a los padres, a cederles en usufructo la mitad de los bienes recibidos y, llegado el momento, a pagarles unos funerales dignos. A los demás hermanos se les apartaba dándoles algún dinero, un arca y una cama con muda nueva.